Erase una vez unas niñas que esperaban con ilusión la llegada de la primavera.
El invierno había sido muy frío y lluvioso. Hasta la nieve, en tres ocasiones, había pintado de blanco los árboles, los tejados de las casas, el césped y el jardín.
Con el buen tiempo empezaban a florecer todas las plantas, los árboles comenzaban a echar sus hojas y las abejas, los saltamontes, las avispas, los gorriones, los mirlos y la pareja de verderones que hacían sus nidos en el pinsapo, estaban dedicados a sus idas y venidas, buscando los materiales con los que iban a hacer su nido.
Las niñas deseaban llegar para ver si entre las margaritas y las acelgas, encontraban a Rodolfo. ¡Ah! No lo he dicho. Rodolfo es el papá de una familia de caracoles que a todas les gusta buscar y observar, cuando se mueve por las losetas, sube por las hojas de las acelgas, por la pared y con sus cuernecillos detecta si puede emprender su aventura y paseo, o se esconde en su concha o casita para que nadie lo importune.
Rodofo es como la mascota del jardín de los abuelitos, y cuando lo vemos salir a saludarnos, estamos contentas, porque sin él, el jardín no es lo mismo.
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