Erase una vez, una pareja de verderones que con la llegada de la primavera, se empezaron a ver revoloteando desde el cable del teléfono hasta las ramas del pinsapo. Era un " ir y venir " mientras emitían sus cantos y alegraban la mañana. Así estuvieron durante unos días entre danzas y gorjeos, hasta que decidieron instalar su casa en nuestro jardín. Ya el ir y venir era trayendo en el pico plumillas, trocitos de ramillas y de esa forma y con la vigilancia por turnos, los días avanzaban y en el entramado de las ramos se vislumbraba la nueva casa donde nacerían los pequeñitos.
Y llegó el mes de Mayo y al no dejarse ver a la mamá verderón y si al papá, que desde el cable del teléfono, vigilaba y de vez en cuando se le veía acercarse trayendo algo en el pico, todo hacía pensar que no tardaríamos en escuchar el chii, chii, de los pequeños pidiendo su comida.
Y llegó el mes de Mayo y al no dejarse ver a la mamá verderón y si al papá, que desde el cable del teléfono, vigilaba y de vez en cuando se le veía acercarse trayendo algo en el pico, todo hacía pensar que no tardaríamos en escuchar el chii, chii, de los pequeños pidiendo su comida.
Como los verderones, igual que las golondrina, tienen costumbre de anidar ( si se sienten agusto) en el mismo sitio durante generaciones, en el jardín de los abuelos podremos disfrutar de su compañía y su canto mucho tiempo. Y COLORÍN COLORADO, esta entrada se ha acabado.
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